sábado, 10 de diciembre de 2016

Cubanos cubanos, y cubanos norteamericanos

El reciente fallecimiento del Comandante Fidel Castro sirvió entre otras cosas para demostrar que no todos los que son cubanos o que dicen ser cubanos son iguales. La noticia fue recibida de dos maneras distintas. Unos mostraron su pesar, su tristeza, su desconsuelo y sobre todo su preocupación por lo que pueda traer el futuro, un futuro lleno de incertidumbre sobre todo ahora que ya no está el Comandante Fidel presente para poder organizar la resistencia de la isla de Cuba en contra del próximo presidente norteamericano cuyas posturas en contra de los hispanos y los latinos son de sobra conocidas.

En términos generales, quienes recibieron como una triste noticia el fallecimiento del Comandante Fidel son los cubanos que viven en la isla de Cuba, mientras que aquellos que recibieron con alegría la noticia del deceso y se pusieron a celebrar en las calles emborrachándose y poniendo la música de sus carros a todo volumen son los que viven en los Estados Unidos, sobre todo en Florida, sobre todo en Miami.

En una nota publicada aquí en Ciudad Juárez el domingo 27 de noviembre titulada “Fiesta en Miami; llanto en Cuba”, quedó consignado lo siguiente: “Gritaban “¡Cuba libre!” y “¡Libertad, libertad!”, se bañaban en champán, se tomaban selfis y videos, cantaban y tocaban tambores y cacerolas. Miles de cubanos en Miami celebraban desde la madrugada del sábado la muerte de Fidel Castro. En Cuba, la noticia de su muerte vació fiestas y vías, apagó sonrisas y paralizó la isla que ayer comenzó a vivir un duelo de nueve días. “Es triste que uno se alegre de la muerte de una persona, pero es que esa persona nunca debió haber nacido”, dijo Pablo Arencibia, maestro de 67 años que salió de Cuba hace 20 y radica en Miami. Con comentarios como “demoró demasiado” o “¡falta Raúl!”, más de mil personas en Pequeña Habana y otro tanto en Hialeah –dos vecindarios de Miami bastión del exilio cubano–, cantaban, bailaban y se abrazaban para celebrar la muerte del líder de 90 años”.

La contraparte que aparece en el mismo artículo periodístico dice esto: “La muerte de Fidel fue un golpe muy duro para los cubanos, porque muchos lo veían como un padre”, declaró a la AFP Fermín Contrera, de 42 años, que recorría ayer las calles de La Habana Vieja en su bicicleta taxi. “Santiago está triste y callada”, dijo por teléfono a la AFP la anciana Inés María Fariana, de 95 años, subrayando que los santiagueros se sienten “honrados de que los restos del comandante en jefe descansen en esta ciudad”, considerada la cuna de su Revolución. De a poco, se hizo el silencio en la isla de la rumba y la bulla permanente. Los medios cubanos tardaron en replicar la noticia, pareciendo estar en shock, pero hacía el mediodía colmaron sus páginas digitales con artículos sobre Fidel. En la escalinata de la Universidad de La Habana, decenas de estudiantes se reunieron en una atmósfera de recogimiento, con carteles en los que se leía “Gracias por todo, Fidel!” Marco Antonio Díaz, un lavador de autos de 20 años, estaba en una fiesta cuando, de repente, se detuvo la música. “Fidel murió”, oyó decir. La fiesta terminó abruptamente. “Regresé a casa y desperté a todo el mundo: Murió Fidel. Mi mamá quedó pasmada”, contó a la AFP. “Fidel fue ese amigo que en el momento difícil estuvo junto a mi familia, junto a mi padre, (e) hizo posible que yo volviera” a Cuba, declaró a la televisión cubana Elián González (“balserito”), hace 16 años en el centro de una espectacular escalada de tensiones entre Cuba y Estados Unidos por su custodia. Para muchos cubanos, Fidel fue hasta el último momento un padre previsor”.



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Independientemente de lo que se le pueda alabar o se le pueda criticar al Comandante Fidel como el líder revolucionario que impuso en la isla un modelo económico y un sistema de vida que no podía ser revisado ni criticado por nadie, hay una cosa que ciertamente se le debe reconocer: en Cuba no existe el narcotráfico ni existen mafias de las drogas como las que hay en Estados Unidos y en México. Los jóvenes que viven en Cuba no saben lo que es la adicción a las drogas como la heroína, la cocaína y las metanfetaminas, no saben lo que es el narcotráfico ni el tremendo poder que pueden ejercer los narcotraficantes adinerados en contra de los ciudadanos honestos y trabajadores.

A diferencia de Miami, en donde las drogas ilícitas se pueden obtener fácilmente a bajo costo y en donde muchos jóvenes norteamericanos de ascendencia cubana están enganchados permanentemente en el vicio de la droga echando a perder su vida, la juventud cubana que vive en la isla de Cuba no conoce absolutamente nada del problema por la sencilla razón de que en Cuba un narcotraficante que sea detectado -y el rígido sistema de vigilancia implementado por el Comandante Fidel permite tal detección- lo más seguro es que terminará en el paredón de fusilamiento, como ocurrió en el caso del general Arnaldo Ochoa Sánchez que se quiso pasar de listo. En Miami no solo los inmigrados cubanos y los jóvenes norteamericanos de ascendencia cubana odian y detestan al Comandante Fidel y todo lo que él representó. Mucho más lo detestan los grandes traficantes de drogas en el sur de la Florida por no haberles permitido operar libremente en Cuba corrompiendo y enganchando a la juventud cubana. Esos grandes traficantes de drogas que operan libremente en Florida y a los cuales la policía norteamericana nunca arresta consideran que el paredón de fusilamiento es un castigo excesivamente cruel a quienes lucran con el narcotráfico y la drogadicción, consideran la represión ejercida en Cuba en contra de los narcotraficantes un atropello a sus derechos humanos y una violación flagrante a su libertad de asociación y a su libertad de expresión. Ellos quisieran que Cuba fuera igual que Miami, un paraíso para quienes aspiran a enriquecerse a manos llenas enganchando a miles de jóvenes en el vicio de la droga.



Pocas cosas ejemplifican tan bien el contraste y la diferencia entre lo que sucede y se permite en la isla de Cuba y lo que sucede y se permite en Miami, como el caso del famoso pelotero cubano, José Fernández. Él no se hizo grande cuando corrió a los Estados Unidos deslumbrado por el espejismo del dólar y por el sueño americano, él ya era grande y era admirado cuando fue creciendo en Cuba. No se hizo en los Estados Unidos, se  hizo en Cuba, en la Cuba de Fidel. Pero convivir con los suyos no era lo suyo, era cubano de nacimiento pero no de corazón, tenía puesto su corazón en los Estados Unidos, país al cual le juró lealtad eterna besando la bandera norteamericana y arrodillándose ante ella para poder convertirse en todo un American citizen. Tal vez habría estado dispuesto a escupirle a la bandera de Cuba si se lo hubieran pedido como requisito indispensable para darle su nueva nacionalidad, a tal grado hay quienes están dispuestos a convertirse en cubano-americanos. Eso solo él lo supo.

Y ya acostumbrado al American way of life, quedó expuesto también a todos los riesgos y peligros a los que están expuestos aquellos cuya única obsesión es ir en pos del famoso “sueño americano”. Los narcotraficantes de Miami, los mismos narcotraficantes que no pueden vender sus venenos mortales en la isla de Cuba sin terminar enfrentando como castigo el paredón de fusilamiento, empezaron a introducir a José Fernández a todo tipo de placeres sensuales, presentándole las mujeres más hermosas que el taimado pelotero ex-cubano pudiera imaginar, invitándolo a orgías desenfrenadas para hacer todo lo que era mal visto en su natal Cuba, diciéndole: “¡Hazlo, ya eres libre, no hay nada prohibido aquí!”. Rodeado de esta clase de gente, y con cientos de miles de dólares rebosando en sus bolsillos, verdaderos ríos de dinero en los cuales esas mujeres hermosas y los narcotraficantes de Miamia que las usan como enganchadoras tenían bien puestos los ojos, sucedió lo que tenía que suceder. Su decadencia fue rápida, y el pelotero José Fernández terminó convirtiéndose en un esclavo del vicio al cual lo indujeron aquellos seres perversos que fingieron ser sus mejores amigos. Y sucedió lo que nunca le habría sucedido en Cuba si se hubiera quedado en Cuba. Terminó muerto en un accidente en el cual su vicio desenfrenado le hizo perder el control de su vida y de su situación, un accidente tras el cual en la autopsia de su cadáver le fueron encontrados los rastros de la drogadicción que lo estaba consumiendo en vida, y la cocaína dentro de su cuerpo era inocultable.

¿Habrá realmente algún paterfamilia cubano en la isla de Cuba que quiera ver a cualquiera de sus propios hijos terminar su vida como la terminó José Fernández? Tales son los riesgos y el precio que se tiene que pagar por abjurar de las raíces de uno. En cuanto a los familiares del pelotero norteamericano José Fernández que siguen residiendo en la isla de Cuba, tal vez lo que más les debería de dar coraje es que los narcotraficantes que le vendían la cocaína a José Fernández para mantenerlo enganchado de por vida en un vicio incurable y destructivo, para ellos no habrá jamás ningún castigo. Seguirán llenando sus bolsillos de dólares y comprando mansiones suntuosas y autos deportivos de lujo a costa del dolor y sufrimiento de aquellos que como José Fernández no estaban preparados para mantenerse alejados del libertinaje y la decadencia que se ofrece dentro de Estados Unidos a quienes les sobran muchos dólares en sus bolsillos. Esos narcotraficantes no podrían esconder de las autoridades cubanas ni por unas cuantas horas su estilo ostentoso de vida, y serían castigados con la pena de muerte. Pero como Miami no es Cuba, podrán seguir haciendo de las suyas carcajeándose de sus víctimas y los familiares de sus víctimas, todo en plena impunidad.

No sólo muchos cubanos que corren hacia Estados Unidos a la primera oportunidad con la intención de besar la bandera norteamericana y arrodillarse ante ella jurándole lealtad eterna terminan siendo víctimas de los narcotraficantes que allí operan con absoluta impunidad sin que nadie trate de terminar con esa plaga. También México, el país entero, ha sido víctima de esa pestilencia, al actuar como ruta obligada de tránsito de la cocaína colombiana hacia los Estados Unidos, habiendo tenido que padecer recientemente a causa de las narco-guerras de los últimos diez años en México unos 50 mil muertos y casi 20 mil desaparecidos. Estas son cosas que no suceden en Cuba porque simple y sencillamente la naturaleza del régimen cubano les vuelve imposible a los narcotraficantes poder operar en suelo cubano. Sobran mafias de narcotraficantes que quisieran ver desaparecer por completo al actual régimen cubano y reemplazado por una forma de gobierno tipo Miami que les permita trabajar libremente en total impunidad. Ellos están entre quienes demandan una apertura completa de libertades para Cuba, libertad total para poder enganchar y corromper a la juventud, libertad para promover y traficar sus venenos entre los estudiantes de las escuelas primarias, secundarias, e inclusive las universidades. Seguramente ellos celebraron la muerte del Comandante Fidel, pero no estarán contentos hasta que también su hermano Raúl haya muerto y la actual forma de gobierno cambie a una que más se ajuste a sus necesidades mercantiles. Desafortunadamente, los niños cubanos de hoy no recuerdan que durante la dictadura de Fulgencio Batista, Cuba entera era un paraíso para este tipo de mafias, un país con abundante corrupción en donde las mujeres cubanas eran tomadas como prostitutas baratas y a donde los juniors de Estados Unidos viajaban para corromperse sexualmente y hacer de las suyas y lo que quisieran con las cubanas. Cuando los revolucionarios encabezados por el Comandante Fidel entraron triunfantes en La Habana, se encontraron con más de 100,000 prostitutas repartidas por el país, procedentes de familias campesinas y en su mayoría analfabetas. El dictador Fulgencio Batista, con los parabienes del gobierno norteamericano, había convertido a Cuba en el paraíso del juego y en el prostíbulo de los millonarios estadounidenses. El Comandante Fidel cerró los burdeles, atendió a las prostitutas y a sus hijos, les dio la oportunidad de aprender un oficio y de asistir a las escuelas para recibir una educación, los proxenetas fueron encarcelados y la prostitución acabó siendo erradicada de la isla. Este infierno no lo conocieron ya las nuevas juventudes cubanas de hoy, pero la cosa podría terminar regresando a lo mismo si se les dá gusto a los que se dicen cubano-americanos residentes en Miami.

Suponiendo que los cubanos que residen en Cuba y que siguen siendo leales a Cuba sin intención de abandonar la isla cambiando permanentemente su residencia a los Estados Unidos terminan haciéndoles caso a los cubanos norteamericanos que viven en Miami y cambian todo su sistema de vida y todo su aparato socioeconómico para adecuarlo al gusto de los que viven en Miami, ¿podría esperarse un retorno masivo de ellos a la isla de Cuba, renunciando a la ciudadanía norteamericana para reclamar nuevamente su ciudadanía cubana? ¡Desde luego que no! Ellos seguirán viviendo por el resto de sus vidas en los Estados Unidos como todos unos American citizen, votando incluso por un candidato presidencial que detesta y aborrece a todo lo que tenga origen hispano a menos de que necesite urgentemente los votos de algunos de ellos para llegar a la presidencia.

La soberbia del imperio norteamericano y quienes viven en él incluídos los norteamericanos de ascendencia cubana, ha llegado a tales extremos que por buen tiempo se estuvo despreciando una vacuna contra la meningitis desarrollada en Cuba gracias al talento médico de primer nivel mundial que el  Comandante Fidel se encargó de formar en Cuba. Simple y sencillamente no se quería reconocer y usar en Estados Unidos algo como este milagro de la medicina desarrollado en Cuba, por el solo hecho de haber sido desarrollado por científicos médicos cubanos educados en la isla de Cuba, aunque con este desprecio se sacrificara a la misma población norteamericana.

Buena parte de las condiciones económicas precarias que se tienen en Cuba se deben al embargo económico, comercial y financiero impuesto por el gobierno norteamericano a Cuba, cuya verdadera intención siempre fue volver tan inaguantable la vida en Cuba que muchos cubanos se levantarían en armas en contra del régimen presidido por el Comandante Fidel. La táctica ha resultado ser un verdadero fracaso, y en Estados Unidos no quieren darse cuenta de que el embargo, más que hacerle la vida imposible al régimen cubano, le está haciendo la vida imposible a los mismos ciudadanos cubanos a los cuales se quiere “liberar” (o forzarlos a “liberarse”). ¿Comprenden esta angustia los que en Miami se dicen cubanos y no lo son? Claro que no, y la mejor prueba de ello es que justo cuando el presidente Barack Obama estaba normalizando las relaciones con Cuba empezando a mejorar las condiciones económicas en Cuba, fueron los mismos que se dicen “cubano-americanos” los que le dieron a Donald Trump el voto decisivo en el estado de Florida (sin el cual no habría podido ganar) atraídos por sus promesas de revertir la apertura que se estaba dando, e imponiendo nuevamente el embargo comercial en su forma dura para hacerle la vida imposible a los cubanos que viven en Cuba con la finalidad de obligarlos a levantarse en armas para derrocar al gobierno socialista de Cuba. Desde esta perspectiva, muchos cubanos que viven en la isla de Cuba posiblemente vean a los norteamericanos de ascendencia cubana no como amigos de los cubanos que viven y trabajan en Cuba, sino como enemigos; y de hecho como los peores enemigos que puedan tener, a los cuales en realidad no les importa el sufrimiento de los cubanos que sí son cubanos y cuyo único objetivo es forzar una apertura en Cuba que les permita a los narcotraficantes de Miami poder operar en Cuba con la misma impunidad con la que operan en los Estados Unidos.

Ya había elaborado una entrada previa en esta bitácora titulada Desarraigados en la cual documenté varias de las razones por las cuales todos aquellos cubanos que han abandonado Cuba para irse a vivir a Estados Unidos besando la bandera norteamericana no se les puede llamar cubano-americanos, ¡ni en sueños! El cubano-americano no existe, es una ficción. Son ciudadanos norteamericanos, en toda la extensión de la palabra, tal vez con ascendencia cubana, de la cual han renegado, pero norteamericanos al fin y al cabo. De cubano ya no tienen absolutamente nada personas como Gloria Estefan, ¡ni siquiera la misma hermana de Fidel Castro, Juanita Castro, la cual ya besó y se arrodilló también desde hace mucho tiempo ante la bandera norteamericana. Y de hecho, este fenómeno de desarraigamiento empezó desde antes de que cayera la dictadura de Fulgencio Batista, y se puede recordar a Desi Arnaz como un ejemplo de ello.

En México se entiende y se comprende que la mayoría de aquellos que nacieron en Cuba pero que en realidad nunca fueron verdaderos cubanos y que solo esperaban la primera oportunidad para largarse hacia Estados Unidos con la finalidad de besar la bandera norteamericana y arrodillarse ante ella jurándole lealtad eterna abandonaron Cuba para siempre durante el éxodo de Mariel. Si era gente que en realidad no amaba a Cuba, que no quería vivir en Cuba al lado de sus familiares y amigos, si era gente que quería largarse de Cuba para celebrar y festejar hoy en Miami el fallecimiento del Comandante Fidel, en realidad le hicieron un favor a Cuba, porque ningún país quiere realmente entre sus ciudadanos a esta clase de gente que ante la primera oportunidad abandonan el barco en vez de quedarse en él para evitar que se hunda.

Los cubanos, los verdaderos cubanos, no son los que abandonan Cuba como el beisbolista José Fernández atraídos por el espejismo del dólar y las ansias de entregarse a los placeres desenfrenados del libertinaje norteamericano y que terminan sucumbiendo a los excesos y los vicios típicos del estilo de vida al que están acostumbrados en Estados Unidos. Son aquellos cubanos que recibiendo autorización para viajar al extranjero tales como los músicos, los artistas, los poetas, los intelectuales y los deportistas, siempre regresan a la isla por su propia voluntad sin andar pidiendo asilo como refugiados cuando están en el extranjero. Son gente como Yoani Sánchez que habiendo salido de Cuba hacia otros países siempre ha regresado por su propia voluntad a Cuba para seguir conviviendo con los suyos. Esta gente sabe que para promover algún cambio en Cuba en beneficio de la gente dicho cambio no se puede llevar a cabo desde un país extranjero echando porras y maldiciones, cualquier cambio que valga la pena lo deben impulsar los cubanos que viven en cuba, no los norteamericanos con ascendencia cubana que le han jurado lealtad eterna a la bandera norteamericana pero que insisten en seguir metiendo sus narices en asuntos en los cuales no tienen ningún derecho de andarse metiendo. Y desde este punto de vista, lo mejor que podrían hacer los norteamericanos con ascendencia cubana que viven en Miami sería olvidarse por completo de Cuba y de los moros y cristianos y de la trova cubana para dedicarse única y exclusivamente a atender los asuntos de su país adoptivo y entregarse al  hot-dog y al rock and roll, evitando andar metiendo sus narices en otros países en asuntos que no les competen, dejándole los asuntos de Cuba a los cubanos que viven allí y que no andan por las calles y avenidas festejando y celebrando la ausencia del líder más odiado por las mafias de narcotraficantes que operan desde el estado de Florida.

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